La celulitis se resiste a abandonar nuestro cuerpo una vez que ha tomado posiciones. Mantenerla a raya será, por tanto el objetivo prioritario de esta batalla tan dura de pelar.
Bajo la piel habitan unas células llamadas adipocitos que se encargan de almacenar la grasa que demanda nuestro cuerpo. La celulitis supone la atrofia de tales células que, a partir de entonces, presentan un crecimiento anormal. Esta degeneración tiene su réplica inmediata en la odiosa piel de naranja, pero también puede acarrear otros trastornos.
Al crecer, las células grasas bloquean la circulación sanguínea, lo que impide una correcta oxigenación de los tejidos, y la circulación linfática, cuya misión es depurar nuestro organismo. Además, la presión que ejercen los líquidos estancados destroza los capilares que alimentan a las células adiposas y las libera del exceso de linfa.
Por una cuestión hormonal, la celulitis se ensaña con más del 90% de las mujeres y no es patrimonio exclusivo de las gruesas. La progesterona potencia la acumulación de grasas, mientras que los estrógenos favorecen la retención de líquidos. A ello se suman las características del tejido adiposo femenino y su disposición vertical. La adolescencia, el síndrome premestrual, el embarazo y la menopausia son momentos críticos a la hora de desencadenarse. La herencia también juega su baza.
Se distinguen tres tipos de celulitis. Una incipiente que resulta fácil combatir, otra blanda o flácida que se ve reforzada por malos hábitos, y la edematosa, que suele ir acompañada de dolores y cierta hinchazón. Sus lugares favoritos para instalarse son los muslos, morada de las clásicas y antiestéticas pistoleras; las nalgas, donde puede irrumpir con la adolescencia y se deja notar por su aspecto acolchado; el vientre, un espacio muy frecuentado por la celulitis a partir de los cuarenta años y cuya principal causa es el sedentarismo; el interior de las rodillas, donde aparece con la pubertad y resulta muy difícil de eliminar; el interior de los brazos, un terreno abonado durante el embarazo o tras un importante aumento de peso; y el cuello durante y después de la menopausia y que en el argot celulítico se denomina cuello de bisonte.
Prevención y constancia
El cuerpo defiende a ultranza su despensa profunda de grasa. Controlar la celulitis requiere cierta prevención y constancia. Evite los alimentos pesados (platos muy elaborados, frituras...) porque dificultan la digestión y contienen grasas non gratas. Hay que restringir el consumo de café y alcohol, que sobrecargan al hígado entorpeciendo sus funciones de filtro, y limitar el uso de la sal, ya que el sodio favorece el estancamiento de líquidos.
Tampoco conviene pasarse con el azúcar y los dulces, sus calorías provocan un rápido acopio de grasa y dificultan la correcta absorción de las proteínas. Beber dos litros de agua al día y entre comidas viene al pelo para eliminar toxinas. No caiga en el error de desterrar las proteínas de su dieta, éstas deben cubrir el 15% de sus necesidades calóricas diarias. Ellas mantienen los músculos a tono, limitan la expansión de las células grasas y evitan la retención de líquidos.
Se recomienda la asociación de proteínas de origen animal y vegetal; las combinaciones más saludables son: cereales-lácteos; patatas-lácteos; legumbres-pescado y pan-pescado. Las grasas que se hacen cargo del buen aspecto de la piel, nos ayudan a asimilar ciertas vitaminas. Elija siempre aquellas de origen vegetal como el aceite de oliva. Las legumbres también deben estar presentes, ya que limitan la absorción de azúcares y grasas y favorece la actividad intestinal.
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